
Todo lo anterior ocurrió en los años veinte del
siglo pasado, cuando a Plutarco Elías Calles, presidente de México y "Jefe
Máximo de la Revolución", además de fundador del PRI, se le ocurrió reglamentar
los artículos antirreligiosos de la Constitución de 1917 y entre otras
atrocidades mandó expulsar a los sacerdotes y obispos extranjeros y dinamitar
el monumento a Cristo Rey del Cerro del Cubilete, generando con todo ello una aguerrida
reacción del pueblo católico, principalmente de los estados del centro del país,
lo que desató la llamada guerra cristera. Muchos de estos episodios son
reflejados, de manera muy afortunada, por la película Cristiada, dirigida por Dean Wright y protagonizada, entre otros,
por Andy García, Eva Longoria, Peter O'Toole, Eduardo Verástegui y Rubén Blades, con una espectacular música
de James Horner.
Más allá de los comentarios y opiniones que
puedan vertirse sobre Cristiada (como
toda realización humana habrá a quien le guste y a quien no, a mí en lo
personal me fascinó) es importante conocer los pormenores de una época en la
que los mexicanos vivieron sojuzgados por un régimen de verdadero terror del
que muy poco dice la historia oficial.
Se calcula que la guerra cristera ocasionó la
muerte de alrededor de un cuarto de millón de personas, además de sumir al país
en una gran crisis económica y política, a tal grado que el historiador Luis
González y González la ha considerado como "el mayor sacrificio humano
colectivo en la historia de México". Terminó sin una victoria clara de
ningún bando y generó un modus vivendi
de mutua simulación entre la Iglesia y el Estado, en el que durante seis
décadas permanecieron vigentes las leyes anticatólicas pero no fueron
aplicadas.
Seguramente había variedad de motivaciones en
los campesinos y rancheros del centro del país que se alzaron en armas contra
la tiranía callista y a la que le propinaron dolorosas derrotas, a pesar de su
precaria organización militar y su carencia de recursos materiales. Pero parece
quedar claro que en la mayoría de ellos había un sincero deseo de defender su
libertad religiosa, combatida por un Estado que excediéndose en sus funciones
pretendía apoderarse de las conciencias de los mexicanos. Juan González Morfín,
estudioso del conflicto, señala que, a diferencia de otras insurrecciones de la
época, una vez pacificados los cristeros no se convirtieron en bandidos ni en salteadores
de caminos y que todavía hoy en día prevalece un buen recuerdo de ellos en los
pueblos en donde tuvieron presencia y en donde, en no pocos casos, dieron
muestras de auténtico heroísmo.
La libertad religiosa por la que luchaban los
cristeros no debe ser entendida como una graciosa concesión que el gobierno en
turno otorgue a los ciudadanos, sino que es un derecho humano fundamental. Es
el derecho a decidir si se quiere o no practicar una religión, la que sea, y la
posibilidad de hacerlo tanto en lo público como en lo privado sin restricciones.
Hace falta todavía avanzar en este tema en el sistema normativo mexicano.
Vale la pena ver Cristiada. Además de las muy buenas actuaciones de los
protagonistas, la gran ambientación y la extraordinaria banda sonora, nos
aproxima a una época desconocida de nuestra historia y que nos permite apreciar
lo que vale la libertad.