El incendio de una parte de la
catedral parisina de Notre Dame conmocionó a todo el mundo. Jefes de Estado y
líderes de diversas naciones expresaron su tristeza y su disposición a
colaborar en la reconstrucción. En los medios de comunicación se hizo énfasis
en su arquitectura gótica –quizás sea la construcción más emblemática de este
estilo— y en que es el monumento de Francia más visitado al año por los
turistas, alrededor de trece millones.

Europa ha sido una identidad
histórica, cultural y moral, más que una simple referencia geográfica o,
recientemente, una unión política y económica. Esa identidad se ha construido a
partir de un conjunto de valores universales que, como bien señaló Benedicto
XVI, el cristianismo contribuyó a forjar para que pudieran actuar como fermento
de civilización. El Papa Emérito se ha lamentado en numerosas ocasiones de que
la Europa actual esté perdiendo la confianza en su propio porvenir por
privilegiar una razón abstracta que pretende emanciparse de toda tradición cultural.
Esa tradición cultural europea de
origen judeocristiano va más allá de las prácticas religiosas puntuales o de
creencias individuales. Incluso agnósticos como Marcello Pera o el ya
mencionado Albiac han subrayado su relevancia. Es una herencia que se ha
transmitido durante generaciones, es ese “rumor de fondo” del que habla con
acierto Rafael Navarro-Valls cuando hace alusión a la “democracia de los
muertos”, es decir, a esa suerte de pacto que nos incluye no solo a las
generaciones actuales: también a las que ya pasaron y a las que habrán de
venir.

Notre Dame simboliza todo eso. Al
igual que las otras imponentes catedrales europeas, se construyó pensando en lo
sagrado, en lo inmaterial, en lo trascedente. Como consecuencia de esos
altísimos propósitos y de ese espíritu creador, el arte se manifestó en toda su
plenitud y a lo largo de ocho siglos ha logrado resistir la ira de los revolucionarios, la barbarie de los comuneros, los horrores de dos guerras mundiales y ahora un devastador incendio.
Si a partir de lo acontecido esta
semana ese espíritu se renueva, el incendio de la vetusta Catedral puede
convertirse no en una tragedia sino en un sacrificio, es decir, en un
holocausto que no es en vano.