domingo, 28 de abril de 2013

El PAN y el Pacto por México

El 2 de julio de 2012 los priistas se amanecieron con una realidad bastante menos venturosa que la que imaginaban el día anterior: el triunfo de Enrique  Peña Nieto había sido por apenas cinco puntos y sin que trajera consigo una mayoría legislativa en ambas cámaras. Si quería sacar adelante su agenda de gobierno, el PRI estaba obligado a construir acuerdos y pactar con los demás partidos: el suyo sería un gobierno dividido. Ante esta situación, trágica para ellos, los asesores peñistas dedicaron cinco largos meses a construir una estrategia que les garantizara gobernabilidad y evitara la parálisis. La idea resultante no sonaba nada mal: hacer un gran acuerdo nacional con los dos partidos de oposición, incorporando muchas de sus demandas históricas, a fin de diseñar juntos una agenda que permitiera el desarrollo del país.

En el caso del PAN, tal acuerdo generó, como era lógico, justificado escepticismo. Pero pudo más la responsabilidad y la altura de miras, así como la fidelidad a la propia historia. El convencimiento de que México no podía esperar más tiempo reformas que eran indispensables. La cabal convicción de que no se podía pagar con la misma moneda, por el bien del país, la mezquindad del obstruccionismo priista durante los doce años de gobiernos panistas. Este gran pacto, además, incluía reformas que tanto Vicente Fox como Felipe Calderón hicieron en su momento: era verdaderamente esquizofrénico oponerse a ellas.

Hoy, más de cuatro meses después de la firma de aquel pacto que prometía ser un hecho inédito en la historia del país, vemos que el gobierno sacrificó lo más por lo menos y le ganó la tentación electoral sobre el compromiso nacional. La civilidad política pasaba a un segundo plano ante las catorce elecciones, una de ellas de gobernador, que habrán de llevarse a cabo en julio. La lógica del carro completo terminó siendo más atractiva que la de construir acuerdos, sacar adelante reformas y respetar la palabra.

Los escandalosos audios de Veracruz pero sobre todo la inacción del gobierno federal frente a ellos (la frase "no te preocupes, Rosario" ya promete ser un clásico de la desfachatez y el cinismo) han puesto sobre las cuerdas un pacto al que el PAN acudió con una buena voluntad que hoy algunos ya consideran ingenuidad ante las pillerías demostradas de su interlocutor. Otra evidencia de ello es que el PRI-Gobierno tampoco cumplió un compromiso que se estableció meridiano hace tan sólo unas semanas: las reformas políticas y electorales irían antes que las económicas y fiscales. A través de un chapucero albazo legislativo que incluyó el maltrato a dos diputados panistas presidentes de las comisiones de Hacienda y Economía, el PRI logró sacar adelante sendas reformas del IMSS y de la ley minera que, más allá de su contenido de fondo, debieron transitar cuando se discutiera una reforma fiscal integral.

Así las cosas, queda claro que para el gobierno federal la prioridad es la operación electoral. Que con una mano saluda a los líderes de la oposición y con la otra reparte recursos públicos a discreción para ganar elecciones de forma opaca y fraudulenta. Queda claro que el pacto por México en el que muchos llegamos a creer más parece una gran farsa para asegurarse una mayoría legislativa que avale las reformas que unilateralmente se pretendan hacer.
 
El PAN no debe prestarse a ese juego perverso. Hasta que el PRI-Gobierno demuestre fehacientemente que su prioridad no es la electoral y dé muestras reales, no simuladas, de cumplir su palabra, Acción Nacional debe replantearse si vale la pena seguir sentado en esa mesa.

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