Fernando Rodríguez Doval
Algo está cambiando en Cuba. Algo se está moviendo. Los sones de la
libertad, al grito de “Patria y Vida”, se escuchan por todos los rincones de la
isla caribeña. Al momento de escribir estas líneas no se sabe qué ocurrirá con
el movimiento espontáneo que ha sacado a miles de personas a las calles, quizá
como nunca en sesenta y dos años de dictadura comunista, pero podemos intuir
que ya nada será igual.
Los cubanos ya no aguantan más. La propaganda del régimen, diseminada
por edificios, carreteras y anuncios panorámicos, no les da de comer. Porque de
ideología no se come ni se vive, aunque sí se puede morir. Hay desabasto de
medicamentos a la par de un vertiginoso aumento de contagios de Covid-19; los
alimentos escasean más incluso que antes; servicios básicos como el agua, el
gas o la luz no están llegando a los hogares. Aunado a lo anterior, el gobierno
comunista ha echado a andar toda su maquinaria represiva con tal de mantenerse en
el poder.
Contrario a lo que el relato revolucionario ha difundido con gran éxito, en 1958 Cuba era una de las naciones más prósperas de toda América. Tenía un ingreso promedio mayor a casi todos los países de la región –entre ellos México— y sus tasas de alfabetización y de lectura diaria por habitante superaban a casi todos los demás. Tenía también los mejores indicadores en materia de salud. Contaba con una clase media independiente y pujante, de cuyas filas salieron los líderes revolucionarios que, en un inicio, decían querer un cambio político para democratizar el régimen, pero que jamás aludieron a una eventual subversión del orden económico.
El Manifiesto de la Sierra Maestra, con el que Fidel Castro convocó al pueblo cubano a la lucha contra Fulgencio Batista y que fue publicado el 28 de julio de 1957, jamás habló de instaurar un régimen marxista – leninista (puede consultarse aquí: http://cedema.org/ver.php?id=3413). Por el contrario, hablaba de libertades, elecciones “absolutamente limpias e imparciales” en el término de un año, o “el encauzamiento democrático y constitucional del país”.
Esa dictadura ya ha durado más de sesenta años. Por mucho que se esfuercen sus apologistas en hacer maromas argumentativas, lo cierto es que hoy Cuba está muy lejos de ser esa utopía comunista que pregonan. El sistema de salud está colapsado, no hay medicinas, hay desabasto de alimentos, las jóvenes se prostituyen a fin de obtener los bienes más básicos, la carestía es la norma y no la excepción. Además, se reprime al disidente y no pueden ser ejercidos los derechos y las libertades más fundamentales.
Ante esta situación, genera repulsión la reacción del gobierno mexicano y de los que Lenin llamaba “tontos útiles”. El primero, recuperó su gastado e hipócrita discurso de la “no intervención”, utilizado convenencieramente según los intereses y preferencias políticas del lopezobradorismo. Los segundos, varios de ellos integrantes de nuestra élite intelectual, arguyen que el bloqueo comercial es realmente el culpable de la crisis humanitaria que vive la isla. Es importante rebatir esto último. Culpar de la nueva crisis cubana a ese supuesto bloqueo internacional, además de pueril, es falso. Cuba tiene acuerdos comerciales con prácticamente todos los países de América Latina, así como con varios de Europa y Asia. El problema quizá sea, más bien, que ningún particular puede participar en esos acuerdos. Es decir, el problema no es el supuesto embargo internacional –hasta con Estados Unidos tiene Cuba algunos intercambios— sino el estatismo comunista que impera en su economía. Que no exista libre intercambio de bienes y servicios en Cuba desalienta la generación de riqueza e incentiva el mercado negro y las múltiples ilegalidades.
¿Hacia dónde debe ir Cuba? A pesar de todo, parece estar claro. No se necesitan doctorados en ciencia política para saber que Cuba va a estar mejor si hay elecciones libres, organizadas por una autoridad independiente e imparcial; si se disuelve el Partido Comunista como partido único y de Estado y se reconoce y se permite la pluralidad política indispensable en cualquier democracia; si se elabora una nueva Constitución que establezca un régimen democrático que garantice los derechos y las libertades fundamentales; si se permite una verdadera economía social de mercado que permita los libres intercambios de bienes y servicios. Por supuesto, lograr todo ello no será sencillo, pero es indispensable que oposición y gobierno den los pasos hacia allá. En paralelo, se deberá reconstituir el tejido social, periclitado por más de seis décadas de control totalitario estatal.
Una esperanza se presenta en el horizonte. Lo inédito y numeroso de las
protestas de las últimas semanas hace pensar que algo está cambiando en Cuba. Los
cubanos han perdido el miedo y han decidido no callarse más. Ojalá así lo
entiendan sus gobernantes y la comunidad internacional.