La noticia pasó casi
desapercibida. Estrenando año nos enteramos que el tío del actual dictador
norcoreano Kim Jong-un fue ejecutado acusado de “traición a la patria”. Este
personaje, de nombre Jang Song-thaek, había sido hasta entonces el número dos
del régimen comunista de este país. Además era tío del dictador. Pero lo peor
no acaba ahí. La forma de llevar a cabo la mencionada pena capital fue
verdaderamente dantesca: el acusado fue devorado vivo por 120 perros de caza
que habían estado tres días sin comer.

La tiranía estalinista que se
padece en Corea del Norte es, además, hereditaria. Kim Jong-un, “El Brillante
Camarada”, es nieto del fundador del régimen, Kim Il-sung, “Supremo líder” y “Presidente
eterno”, e hijo de Kim Jong-il, “El Querido Dirigente”, quien también gobernó
hasta su muerte, hace ahora dos años. El calendario que se utiliza en Corea del
Norte empieza en 1912, año del nacimiento de Kim Il-Sung, cuya efigie todos los
habitantes deben portar en la solapa, de la misma forma que deben acudir a
rendir honores con asiduidad a su momia embalsamada.
Nadie puede entrar ni salir de
este país. El acceso a internet es para menos del 1% de la población, sin duda
los más altos dirigentes del Partido de los Trabajadores, el único legal. Es
obviedad decir que no hay medios de comunicación más allá de los estatales, ni
empresas privadas. El Estado tiene un control absoluto sobre la población y decide
lo que ha de aprender, leer, escuchar, y comer. La economía es totalmente
autárquica y las hambrunas son comunes, se calcula que varios millones de personas
han perdido la vida a causa de ellas.
Esta realidad contrasta con la de
la otra Corea, la del Sur, país libre y con una próspera economía de mercado,
hoy convertida en una potencia mundial. Hasta los años cuarenta del siglo XX
eran un mismo Estado. Los números no mienten: mientras el PIB per cápita en Corea del Sur es de 32,400
dólares, en el Norte es de tan sólo 1,800. La esperanza de vida al nacer en el
Sur es de casi 80 años, en el Norte no llega ni a 70. En Corea del Sur mueren
en promedio 4 de cada 1000 niños que nacen, en Corea del Norte son casi 30.
En Corea del Norte la realidad supera a la ficción. Las peores profecías totalitarias hechas por George Orwell en su célebre 1984 han encontrado en este país un cabal cumplimiento sin que se vislumbre la más mínima esperanza de poder cambiar pronto ese estado de cosas.