
Don Paco era un aristócrata de pro.
Primo de José Vasconcelos y amigo de Daniel Cosío Villegas -ambos fueron
testigos de su boda-- , en su muy temprana juventud militó en el sinarquismo y
en los grupos que se resistían a la política revolucionaria de exterminación de
la libertad religiosa. Contaba con emoción cómo su padre, "un hombre
honorable", tenía que esconderse para practicar su fe. Años después, se
convirtió en un economista destacado que estudió como pocos la historia de
México y que fue maestro de decenas de generaciones.
Fue director general del Consejo
Coordinador Empresarial en una época convulsa para el país, cuando las crisis
económicas comenzaron a hacerse costumbre y cuando la dialéctica gubernamental
imitó los peores discursos bananeros de lucha de clases. Don Paco se convirtió
en uno de los más influyentes ideólogos del sector privado, en ese momento
extraordinario en que muchos empresarios dejaron de lado sus reducidos
intereses personales y decidieron participar en la política del bien común y
convertirse en protagonistas de la transición mexicana.
Los últimos 15 años de su vida fue
director de estudios económicos de la Fundación Rafael Preciado Hernández.
Desde ahí colaboró en las plataformas panistas, en cursos, en documentos y en
todo tipo de actividades para generar ideas que permitieran alcanzar "una
economía ordenada y generosa", como él mismo decía haciendo una analogía
con el lema de Acción Nacional, partido en el que militó con orgullo y del que
estuvo a punto de ser legislador en 2000, cuando una injusta resolución del
Tribunal Electoral se lo impidió.
Humanista erudito, Don Francisco
Calderón Quintero era un caballero "de los de antes". Encarnaba unas
cualidades que hoy ya no son la moda: el valor de la palabra, la importancia
del buen nombre, el sentido del honor, el respeto a la formalidad, el cultivo
de la sobriedad, la posesión de una cultura universal. Su muerte nos deja en
claro, también, cuánto echamos en falta hoy en día esos valores y esas
virtudes. Lo vamos a extrañar.