
Paradójico que en un Estado como el mexicano
donde se ha hecho del laicismo un dogma irrefutable, el Palacio Legislativo que
alberga a la Cámara de Diputados tenga el nombre de un santo. No es ciertamente
en honor al mejor amigo de Jesús, cuya muerte le generó tal tristeza que
con su poder sobrenatural ordenó su
resurrección, según consta en el relato evangélico. No, más bien el nombre
proviene de que ahí se encontraba la antigua Estación de Ferrocarril de San
Lázaro, aunque quizá en su origen remoto el nombre sí tuviera un componente
claramente religioso.
El salón de plenos también es gigantesco.
Faraónico, diría yo. Se nota que fue construido en el sexenio de López
Portillo, clímax de la presidencia imperial mexicana, como la llamó Enrique
Krauze. A diferencia de otros parlamentos en el mundo, en el mexicano los
legisladores no nos podemos ver cara a cara. Más que un hemiciclo es un gran
auditorio. Todo está dispuesto para ver al orador. Fue hecho en el esplendor
del priismo para que el Presidente tuviera su espectáculo glorioso el día de su
informe.
Este lugar ha sido la sede de eventos
memorables. Aquí falleció de un infarto, en plena tribuna, el diputado panista
Carlos Chavira, quien protestaba contra el fraude electoral de Baja California
en 1983. Aquí se produjo la primera interpelación a un Presidente de la República
en la historia moderna, cuando en 1988 el senador Muñoz Ledo increpó a Miguel
de la Madrid. Aquí se instaló en 1997, contra toda la fuerza del PRI, entonces
comandado en San Lázaro por los hoy ínclitos neodemócratas Arturo Nuñez y
Ricardo Monreal, la primera legislatura posrevolucionaria con mayoría
opositora. Aquí tomaron posesión Vicente Fox, el primer Presidente de la
alternancia, y Felipe Calderón, en medio de la violencia física y verbal de los
perredistas.
Muchas historias han pasado por San Lázaro. Aquí
se han visto diputados representantes de intereses inconfesables, legisladores
que han faltado a la confianza depositada en ellos. Pero también este lugar ha
sido testigo de intensas negociaciones y acuerdos que gradualmente y si bien es
cierto que de forma insuficiente han permitido el progreso de México.
Inicia una nueva legislatura. Otra vez el imponente
Palacio de San Lázaro está de manteles largos. Es un momento propicio para recordar que los
legisladores tenemos en nuestras manos una enorme responsabilidad: dignificar
la tarea legislativa y construir una nueva cultura democrática. Que este lugar sea
una manifestación de civilidad, un instrumento fundamental de la sociedad
abierta, un espacio para el encuentro con el otro y, por lo tanto, genuino
factor de entendimiento entre todas las maneras de pensar.
Decía Carlos Castillo Peraza, quien por cierto
fue diputado en San Lázaro, que la política tiene que ser generadora de
esperanza. Se debe poder esperar algo de la política, los hombres y las mujeres
concretos deben poder esperar algo de la política y de los políticos. Y siendo
San Lázaro uno de los lugares en donde más política se hace, tiene que ser
también de los que más esperanza genere.