
En estos tres años en la ALDF tuve enormes
aprendizajes, muchas satisfacciones y también algunas frustraciones. Todo ello
consustancial a cualquier etapa de la vida. También de la vida política.
Echemos, así sea por unos minutos, la vista atrás.
En mi bancada panista, coordinada por Mariana
Gómez del Campo, intentamos ser siempre los más propositivos. A veces lo
logramos, a veces no. Fuimos un buen equipo de quince diputados hasta que las
ambiciones personales generaron algunas divisiones y tres deserciones. De todos
ellos, empero, me llevaré siempre un gran recuerdo. Fuimos compañeros de
trinchera, tuvimos en nuestras manos la enorme responsabilidad de levantar la
bandera de Acción Nacional y de proponer una agenda humanista en un medio
hostil y siendo minoría, lo cual nos obligaba a un mayor esfuerzo de
creatividad. Fuimos los únicos que presentamos una alternativa al perredismo en
el lugar donde se hace más política en la ciudad de México.
Recuerdo que al principio de la Legislatura los
diputados de la mayoría perredista -mayoría, por cierto, creada artificialmente
y mediante el polémico y sospechoso traspaso de cuatro diputados de otros
partidos a su bancada-- nos veían a los
panistas con un profundo desprecio. Me da la impresión de que para ellos representábamos
todo lo malo que puede haber en su mundo ideologizado: éramos la encarnación de
la reacción, de la mafia que les robó la Presidencia. Quizá nosotros también teníamos
bastante prejuicios hacia ellos. Las primeras sesiones eran ríspidas, desagradables:
recuerdo que hubo un conato de golpes en la sesión en la que los jefes
delegacionales rindieron protesta. Después, con la confianza que viene de la
interacción constante y el trato cotidiano, logramos procesar nuestras
diferencias (algunas insalvables) y llegar a acuerdos en muchos temas. Otros
tantos quedaron pendientes por las perversas lógicas políticas y electorales de
las que son rehenes los parlamentos. En todo caso, puedo decir que de varios de
esos diputados guardo un buen recuerdo y de algunos de ellos me precio incluso
de su amistad.
Un muy mal sabor de boca en esta legislatura me
dejó la bancada del PRI. Salvo alguna honrosa excepción, en general sus diputados
fueron un apéndice lamentable del PRD y del Gobierno del Distrito Federal.
Personajes como Christian Vargas -el llamado "Dipuhooligan"- simplemente contribuyeron a la anécdota y a
las notas chuscas. Sólo recuerdo de ellos dos propuestas sobresalientes: cuando
propusieron la castración química a los violadores (asunto que no merece mayor
comentario) y cuando quisieron inscribir con letras de oro en el recinto el nombre
de Plutarco Elías Calles y tuve que subirme a la tribuna a hablar en contra: al
final, por un par de votos no lo lograron. Asumo gustoso la culpa histórica.
Varias satisfacciones en particular me deja el
trabajo legislativo. No es mi intención hacer en este momento un exhaustivo
informe legislativo, por lo que simplemente mencionaré tres de ellas.
Una, cuando junto con los vecinos de la Benito
Juárez logramos impedir la venta que el Jefe de Gobierno pretendía hacer de una
parte de la calle Enrique Rébsamen a la Comercial Mexicana. Por definición un
bien de dominio público, como es una calle, no puede estar sujeto a un régimen
de compra-venta, pero a pesar de eso el GDF pretendía hacer un obsceno negocio.
Otra gran satisfacción fue haber bajado recursos para rescatar la histórica
plaza Gómez Farías, en el barrio de San Juan Mixcoac: la remodelación la dejó a
la altura de los mejores espacios públicos del mundo. También considero un gran
logro el haber reformado la ley de responsabilidad patrimonial para agilizar y
simplificar la indemnización en caso de que la autoridad dañe a un particular
por su mala actuación o sus omisiones. Un ejemplo típico de esto es cuando los
múltiples baches de esta ciudad dañan nuestros vehículos.
En fin, los recuerdos se agolpan, y también un
dejo de nostalgia. Poder ser diputado en la Asamblea Legislativa del Distrito
Federal es un enorme honor y una experiencia que jamás olvidaré. No puedo sino
agradecer a todos los que trabajaron conmigo y fueron los responsables de las
cosas buenas que se pudieron hacer. Por supuesto que los errores y las
omisiones son únicamente mías. También agradezco a los vecinos del distrito XX,
que abarca parte de las delegaciones Álvaro Obregón y Benito Juárez, por
haberme permitido ser su representante. Seguiré a sus órdenes desde la Cámara
de Diputados.